A menos de un mes del inicio del Campeonato de Europa de fútbol 2012, el destino de la líder de la oposición Yulia Timoshenko envenena las relaciones entre la UE y Ucrania, país que organiza la competición junto a Polonia. Pero tras la cuestión de los derechos humanos se perfilan importantes intereses económicos.
Varias personalidades políticas, empezando por los alemanes, han cancelado su desplazamiento a Ucrania, como muestra de protesta contra el encarcelamiento de la exprimera ministra Yulia Timoshenko, y para denunciar su maltrato dentro del centro penitenciario de Járkov. Una auténtica oleada de ira ha recorrido Bruselas: el presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, así como varios comisarios europeos, incluida Androulla Vassiliou, comisaria de Educación, Cultura, Multilingüismo y Juventud y el polaco Janusz Lewandowski, comisario de Presupuesto, no acudirán a Kiev.
"Juntos creamos el futuro": este es el eslogan oficial de la Eurocopa 2012. Y de ello también está convencido Gregory Surkis, presidente de la Federación Ucraniana de Fútbol, pues opina que la Eurocopa 2012 acelerará los cambios [en Ucrania], con o sin los comisarios de Bruselas.
Para Polonia, la Eurocopa 2012 era la promesa de un avance en el ámbito civil, con nuevas autopistas, nuevos aeropuertos y vías férreas, y, por supuesto, una infraestructura deportiva ultramoderna. El acontecimiento sellaba también su asociación con Ucrania, una prioridad de los Gobiernos y de los sucesivos presidentes, más allá de las divisiones políticas.

Tensiones políticas con fondo de crisis económica

 Esta constancia no ha sido la norma en la política ucraniana de los últimos años. Tras la Revolución Naranja de 2004, asistimos rápidamente a las crecientes tensiones entre [sus dos principales actores] el presidente Víctor Yúshenko y la primera ministra Yulia Timoshenko. En un país duramente afectado por la crisis, que debilitó una economía ucraniana basada en la industria pesada y minera, la ausencia de reformas no hizo sino agravar la situación. Las cajas del Estado estaban vacías, la inflación causaba estragos, la grivna [la moneda ucraniana] se debilitaba, la amenaza de quiebra acechaba y los préstamos de las instituciones financieras internacionales eran el único recurso posible.
Durante este tiempo, los rusos, con mucha delicadeza, cerraban el grifo del gas, exigiendo la firma de un nuevo acuerdo y el pago inmediato de sus créditos. La situación era dramática, porque el gas dejó de fluir hacia Europa. La industria ucraniana estuvo a punto de sufrir una catástrofe, y el país estuvo al borde de una revuelta nacional. Timoshenko, entonces primera ministra, se enfundó un elegante vestido negro y un collar de perlas y se dirigió a Moscú para negociar con Putin [entonces primer ministro ruso]. En enero de 2009, los dos países firmaron el acuerdo sobre el gas por el que, unos años más tarde, la primera ministra fue enjuiciada y condenada a los siete años de prisión por abuso de poder que cumple actualmente. El acuerdo en cuestión quizás no fuera perfecto, pero se firmó con el agua al cuello y salvó la economía ucraniana.
En realidad, el acuerdo ponía fin a la función de intermediario con Rusia de RosUkrEnergo, lo que provocó importantes pérdidas a la empresa, propiedad al 50 % de [el ruso] Gazprom, y cuya otra mitad pertenece al oligarca ucraniano Dmytro Firtash, estrechamente relacionado con el Partido de las Regiones del presidente actual, Víctor Yanukóvich.

Colusión entre deporte y política

En Ucrania, el deporte y la política están tan entrelazados como la trenza de Yulia Timoshenko. Tanto, que podríamos imaginar que los oligarcas, que han invertido millones en la construcción de los nuevos estadios, harían todo lo posible para que el campeonato sea un éxito y constituya un paso hacia la integración con la Unión Europea, con la que pretenden hacer negocios. Son precisamente ellos, los patrocinadores de la política ucraniana, los que podrían presionar al presidente para que se calme el asunto Timoshenko. Entonces ¿por qué no lo hacen? Porque saben que Yanukóvich, con sólo chascar los dedos, podría cortar los filones de oro con los que se enriquecen.
Al acceder a la presidencia, Yanukóvich estaba decidido a saldar sus cuentas con Yulia. Tras la Revolución Naranja, ella y Yúshenko le arrebataron el poder, le acusaron de fraude electoral y sacaron a la luz su pasado criminal. Estos agravios no se olvidan. Su partido perdió su posición, su influencia y mucho dinero.
El juicio de Yulia Timoshenko se desarrolló en un ambiente de escándalo, pero Bruselas no interrumpió sus negociaciones con Ucrania sobre el acuerdo de asociación. El acuerdo acabó firmándose, no como se había previsto inicialmente durante la presidencia polaca, sino a finales del pasado mes de marzo. Hoy ya no se plantea su ratificación. Al parecer, Yanukóvich prometió a Berlín que modificaría la ley para permitir la liberación de Timoshenko, destacando al mismo tiempo la independencia de los tribunales ucranianos.

El destino de Yulia Timoshenko

Pero Timoshenko no es totalmente inocente. Ganó millones como tantas otras personas que, al principio de la transformación, hacían negocios con el Estado o participaban en la privatización. Timoshenko y los miembros de su familia se asentaron en el sector energético, en el que corría el dinero a raudales. Demasiado poder para mantener la neutralidad y no anclarse en la política. Como jefa de Gobierno, no dudó en distribuir el dinero público y practicó un populismo extremo, con el único objeto de conservar el poder. Pero al mismo tiempo, era el nuevo rostro de Ucrania, una mujer atractiva, diferente, alejada de la imagen soviética austera y anticuada y reconocible.
Entonces ¿por qué Occidente no se ha preocupado hasta ahora por el destino de Yulia? Porque Yanukóvich ha traspasado los límites. Se ha burlado de los dirigentes occidentales, en especial de Angela Merkel. Podía utilizar un millón de excusas para salir airoso de la situación. Pero en cambio, se ha precipitado, a costa de desacreditar completamente a Ucrania, algo que hoy ya es una realidad.
Sin embargo, los defensores de la teoría del complot siguen estando convencidos de que el boicot lanzado por Berlín tan sólo es un intento germano-ruso para desviar la estrategia de Europa y hacer que Ucrania corra hacia los brazos de Moscú, socavando así las aspiraciones europeas de Ucrania y los esfuerzos polacos a favor de su destino europeo y no ruso. Según esta hipótesis, el asunto Timoshenko tan sólo sería un pretexto para abandonar a Ucrania. En cualquier caso, el ambiente que rodea a la Eurocopa 2012 es más que turbio.