miércoles, 5 de septiembre de 2012

Discurso pronunciado entre las ruinas de la Concepción de La Vega, lugar denominado hoy Pueblo Viejo, el 12 de octubre de 1892. Al fijar allí una lápida conmemorativa del Descubrimiento de América. Pronunciado por Monseñor Nouel.


Discurso pronunciado entre las ruinas de la Concepción de La Vega, lugar denominado hoy Pueblo Viejo, el 12 de octubre de 1892. Al  fijar allí una lápida conmemorativa  del Descubrimiento de América. Pronunciado por Monseñor Nouel.
Haber  venido, señores, a colocar una inscripción  conmemorativa sobre estos escombros cuatro veces seculares y ejercéis  con ello uno de los actos más trascendentales para la historia de los pueblos. Porque, ¿ no han sido siempre las ruinas esos  libros sagrados que sirven para transmitir a las generaciones que se sucedan la historia d las generaciones que pasan?.
¿Cuál de nosotros hubiera podido jamás formarse una idea exacta de un  juego de gladiadores si no existieran las  todavía las  descripciones y las  ruinas misma del Circo Máximo? Y si no existieran estos escombros, como tantos otros en nuestra isla, ¿cómo pudiéramos rectificar los errores que a cada paso encontramos en los historiadores. Y que las pasiones, el interés a la ignorancias de los contemporáneos , amontonan siempre  para oscurecer la verdad de los acontecimientos?.
Habéis  cumplido, pues, con  una necesidad ineludible  para nuestros añales, al mismo tiempo que rendís pleito homenaje al  hecho portentoso y civilizador que representan estas piedras augustas. Rocas m veneradas que nos recuerdan todavía el triunfo de la verdad y de la ciencia, y la difusión de la doctrina que se predicaba. Ciencia, Civilización y Doctrina  que  ennoblecen estas ruinas y que las hacen mucho más acreedoras a la conservación y al respeto que tantas otras, que no representan  sino la depravación, el  despotismo o la barbarie.
Y la verdad, señores, subamos a las gigantescas Pirámides que dominan  el Nilo; contemplemos  esas enormes montañas de piedra que parecen como avanzadas del desierto para desafiar todos los elementos; y  si bien  es verdad que  admiraremos en ellas las perfecciones de las líneas, lo proporcionado de su descomunal grandeza, lo elevado de su  mole, en fondo no descubrimos más que  el servilismo de un pueblo o el despotismo  de los reyes
Sentémonos a meditar sobre  las ruinas de Nínive o Babilonia, de Menfis o Cartago; y después de haber evocado los recuerdos de sus hermosos jardines colgantes, de  sus anchas y bellas avenidas, la premiosidad de sus grandes tesoros y la avasalladora potencia de sus bajeles  apartamos la vista  para no tropezarnos también con su depravación y con  sus vicios.
Recordad las elegantes columnas de Corintio y los majestuosos pórticos de Atenas; pero no olvidéis que esos pórticos y aquellas columnas fueron bañados con la sangre inocente de cuarenta mil esclavos, sacrificados para celebrar la victoria  sobre los dacios, en el brevísimo espacio de una semana.
Penetrad, si queréis, en la ciudad de las sietes colinas, y aunque es forzoso confesar que  es cuna  de  Grasos y  Escipiones, y que entre los fragmentos de su Foro deshecho repercute todavía la palabra fascinadora  y elocuente de Marco Tulio; nos asfixiamos por el vapor  pesado  y sofocante que despide aquella tierra ennegrecida por los coágulos de sangre que  hicieron derramar sus Nérveas y sus Nerones, sus Heliogábalos y sus Calígulas.
Las piedras  del Anfiteatro Flavio no nos recuerdan  más que  la degradación de un pueblo o la injusticia, o el vicio, cubierto con el brillante ropaje de la  ostentación y de la opulencia;  mientras que  los escombros que ahí  tenemos, señores, nos representan la idea grandiosa de la fraternidad
Allá, aparece en la arena  una horda de gladiadores que van a ser devorados por las fieras; aquí, un ejército de misioneros que vienen a predicar  la paz y la civilización, la vida y el amor.
Allá, desfilan unos  cuantos, y,   Ave Cesar- exclaman-, los que van a morir te saludan”; mientras  que aquí, Las  Casas, Córdoba  y Montesino,  Ave, oh  pueblo,-repiten tú que va a perecer, ya no morirás”
Allá, unos cuantos vítores  a César, porque regresa de la Galia con sus águilas  triunfantes  y sus legiones invencibles; aquí un concierto universal para saludar el complemento del planeta.
Colocad, señores, esa lápida, y colocadla en nombre de la ciencia agradecida; en nombre de la medicina y la botánica, que descubrieron  en nuestras selvas vírgenes plantas inapreciables, en nombre de la geografía, que acrecentó el catálogo de sus mares, la nómina de sus ríos, de  sus mares, el número de sus montañas, de sus volcanes y de sus lagos; en nombre de la zoología, que se enriqueció con nomenclaturas de series de animales desconocidas; en nombre de la astronomía, que ensancho su horizonte y descubrió nuevas constelaciones; en nombre de la lingüística, que encontró nuevos sonidos;  en nombre de la arqueología, que desenterró nuevas  ruinas; en nombre de la náutica, que recorrió  nuevos desconocidos piélagos
Colocadla en nombre de la fraternidad universal, que extendió sus  dominios y finalmente, en el nombre  sacrosanto de la joven América, que surgió  a nueva vida, a la  vida del cristianismo, el cual cambio sus costumbres, a la  vida de la civilización, que destruyo su barbarie, y a la vida de la unión, que hermanó al viejo mundo.
Nota; Este discurso fue pronunciado ante los elementos intelectuales más destacados del Cibao,  quienes se dieron cita en el histórico lugar; y  fue pronunciado de nuevo por  la noche del mismo 12 de octubre  en el Teatro La Progresista de la  ciudad  de La Vega, repetición  que fue  pedida por la muchedumbre que allí se consagraba, ante  grandes ovaciones. En esa época era el Dr., Nouel Vicario Foráneo de aquella provincia.
Fuente: Gaceta Cultural, órgano del Instituto Vegano de Cultura, de la  ciudad de la Concepción de La Vega, septiembre-octubre 2008,  año 4 (Segunda Época) No. 19, una recopilación  por el  Ing. César Arturo Abreu Fernández. Pps. 2 y 3



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