martes, 29 de enero de 2013

El danzón, baile nacional cubano

Cultura Cuba
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El danzón, baile nacional cubano

Miguel Failde
Con la restauración de la paz en 1878 se produce una reafirmación de los elementos culturales que se desarrollaban en la Isla, en algunos casos marginados y en otros ya parte de la realidad social circundante. En lo musical el país vivía un momento de madurez con el surgimiento del danzón producto de décadas de evolución de la música baile a partir de la danza y la contradanza y otros elementos culturales de origen africano que sutilmente fueron influyendo para confluir en este baile cadencioso y en principio considerado lascivo.
El danzón es resultado del acriollamiento de los bailes de salón (cuadrillas) de origen europeo, que se fueron haciendo cada vez más íntimos, de pareja, por lo que los músicos fueron adecuando el ritmo a los bailadores. Ya en la década de los 70s se baila algo nuevo que necesitaba ritmo propio y que fue cuajando poco a poco hasta aparecer el danzón. En 1877 el músico y director de orquesta matancero Miguel Failde (1852-1921) compone cuatro piezas que tomaron el nombre genérico de danzón, ya utilizado para denominar la forma de bailar de la época, estas composiciones fueron: “Delirio”, “La ingratitud”, “Las quejas” y la muy famosa “Las alturas de Simpson”
La aprobación fue completa, a partir de 1878 el danzón se fue imponiendo en los salones de sociedad obteniendo consolidando su popularidad al ser tocado en el exclusivo Liceo de Matanzas en 1879, en realidad ya desde antes el pueblo lo aceptaba como el “nuevo baile” algo que nació entre las clases más humildes y que en poco tiempo se impuso en los exclusivos salones de la burguesía.
En los primeros danzones de Failde están definidas las partes originales del nuevo ritmo: introducción de ocho compases, una primera parte con el clarinete de solista, una vuelta a la introducción, una parte de violín más melódica y cerrando con una repetición de la primera parte. Era prácticamente la célula de la contradanza evolucionando con las influencias musicales de la isla.
Otras orquestas de esta etapa fueron incorporando a su repertorio el danzón, con destaque para la de Raimundo Valenzuela y la de Rafael Landa, compositores y directores de orquestas que contribuyeron al auge del danzón.
El advenimiento de la República trajo consigo la reafirmación del danzón como baile nacional, tocado en todos los salones, salas de recreo, clubes y salas de bailes, desde las más aristocráticas a las más humildes. En este período le caracterizó, algo que es propio de la música cubana desde los tiempos de las guarachas de los bufos: ser cronista social de su tiempo, cantando a todos los acontecimientos relevantes o costumbristas que ocurrían en el país y en el mundo, ya fuese político, social o comercial. Adaptando a su ritmo las melodías o canciones en boga, partituras de ópera, boleros, zarzuelas, ritmo norteamericanos, etc.
Con su popularidad y arraigo el danzón jugó un importante papel de resistencia ante la penetración musical norteamericana, muy fuerte en este período republicano y muy demandada por la “alta sociedad” que no quería quedarse atrás en eso de adoptar las costumbres yanquis, en este terreno la presencia del danzón, sobretodo en el occidente de la isla libró una dura batalla por los espacios bailables.
Es durante este período en que se introduce la primera variante al danzón, por el impacto que en el género produjo el son oriental. Desde 1910 la orquesta de Enrique Peña, en la que tocaba José Urfé, trajo de sus giras por el oriente del país la estructura sonora del son, introducida en el danzón por Urfé con la célebre pieza, “El bombín de Barreto”, primer danzón donde se ejecuta un “montuno” en la tercera parte de la composición.
La aceptación de los bailadores fue extraordinaria y aseguró al danzón un lugar entre los bailadores cubanos, además de adecuarse mejor a la popularidad de otros ritmos y géneros, tantos cubanos como extranjeros. Junto con el renovado danzón también evoluciona la coreografía tradicional del baile danzonero haciéndose más libre y sonero.
En cuanto a las orquestas que tocaban danzón, primero fueron las típicas, conformadas por dos clarinetes, cornetín, trombón de vara, dos timpani y un güiro, a inicios del siglo XX se fue imponiendo en el ambiente danzonero la “charanga francesa”, dotada de piano, flauta de cinco llaves, pailita, güiro, contrabajo y dos violines.
Entre las orquestas típicas de la época sobresalen las de, Raimundo y Pablo Valenzuela, Miguel Failde, Enrique Peña y Félix Guerrero. En cuanto a las charangas francesas, marcan pauta las de, Antonio María Romeo y la de Cheo Belén Puig; Romeo destacando, con su virtuosismo en el piano, las descargas y pasajes que con este instrumento hicieron el deleite del bailador cubano; Belén Puig, fiel defensor del género del danzón, pese a la presión de la música extranjera y del contagioso son oriental.
Entre los compositores de danzones, sobresalen como compositores para orquestas típicas: Enrique Peña, cuya orquesta fundada en 1903, se mantuvo por largo tiempo en la preferencia del público; Jorge Anckermann, que llevó el danzón al teatro vernáculo, principalmente al Alhambra, donde afirmó su popularidad; el cienfueguero Agustín Rodríguez (1886-1973), trompetista y director de orquesta; Pablo Valenzuela (1858-1926), conocido por el “príncipe del cornetín” entre los danzoneros; Aniceto Díaz (1887-1964) y Miguel Failde, que escribió muchos de sus danzones en las dos primeras décadas del siglo XX.
En el formato de charanga el número de compositores es muy alto, alcanzando relieve la composición de danzones para charanga hasta la mitad del siglo XX. Entre los más sobresalientes están, Antonio María Romeo, Octavio(Tata) Alfonso (1886-1961), Eliseo Grenet, Pedro Jiménez, René Izquierdo, Ricardo Riverón, Armando Valdés Torres, Juan Quevedo, Estanislao Serviat, Silvio Contreras, Abelardo Valdés, José y Cheo Belén Puig, José Urfé y Luis Carrillo, entre otros.
A la música cubana le toco jugar en este período de reafirmación nacional un importante rol frente a la gran avalancha de ritmos extranjeros, que fueron asimilados al tronco fecundo de la cultura cubana ateniéndose a la máxima martiana de que el tronco fuera el de nuestras republica.

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