jueves, 21 de marzo de 2013

CEREMONIAS FUNERARIAS REALIZADAS EN LA NECROPOLIS DE GADES EN EPOCA ROMANA


CEREMONIAS FUNERARIAS REALIZADAS EN LA NECROPOLIS DE GADES EN EPOCA ROMANA

POR FRANCISCO JAVIER JIMENEZ
En el mundo romano y concretamente dentro de su universo funerario, los ritos fúnebres gozaban de una gran importancia. Estos rituales, que se llevaban a cabo tras el fallecimiento del difunto, es fruto de una continua evolución, condicionada a los intercambios culturales que se producían al entrar en contacto con otras civilizaciones. Es decir, los romanos, fueron incorporando a su cultura funeraria, determinadas costumbres, usos y rituales, que como si de un crisol se tratara, fueron mezclando, pero confiriéndoles una impronta propia, adaptaba a su propio universo funerario. No obstante, y a pesar de poseer una cultura funeraria con su propio carácter, fruto de esa interacción de tan variados elementos, dado lo extenso de sus dominios, hacía en la práctica imposible, que dichos ritos fueran llevados a cabo de idéntica manera a lo largo y ancho del mundo romano. Por ello, en las diferentes zonas de tan vasto dominio, cada región imprimió a estos ritos unos rasgos particulares, fruto de la asimilación de elementos locales de esa zona en concreto. Por tanto, el culto a los difuntos en la cultura romana, destacó por una acusada heterogeneidad, sufriendo incluso considerables mutaciones a lo largo de sus diferentes épocas históricas.
En cuanto a los a los rituales funerarios, podemos afirmar que se hallaban inspirados en los rituales griegos, solo que en la conciencia funeraria romana, tienden a complicarse, haciéndose cada vez más aparatosos y complejos. Que se pusieran en práctica los ritos posteriores al fallecimiento, era algo de suma importancia, no solo para el fallecido, sino también para la propia familia. La manera de organizar y llevar a cabo estos ritos, estaba directamente relacionado con el poder económico de la familia en cuestión, por ello entre las clases más acaudaladas, contaban con profesionales que se encargaban de toda la organización y puesta en escena de las exequias fúnebres, no dejando nada al azar. De esta manera, debía organizar el sequito, procurarse los músicos que precedían las honras fúnebres así como un buen grupo de plañideras, que por medio del llanto y los lamentos, fueran capaces de mostrar la grandeza del personaje honrado. Una parte importante de este ritual, eran los elogios fúnebres, que no era más que un ensalzamiento destinado a encomiar los valores y hazañas del difunto. Un ejemplo de ello lo encontramos en Plutarco, que en la Biografía de Julio César (Párrafo V), refiriéndose al fallecimiento de un familiar podemos leer como sigue;
“…La primera demostración de benevolencia que recibió del pueblo fue cuando contendiendo con Cayo Publio sobre la comandancia militar, fue designado el primero, y la segunda y más expresiva todavía cuando habiendo muerto Julia, mujer de Mario, de la que era sobrino, pronunció en la plaza un magnifico discurso en su elogio, y en la pompa fúnebre se atrevió á hacer llevar las imágenes de Mario, vistas entonces por la primera vez después del mando de Sila, habiendo sido los Marios declarados enemigos públicos. Porque como sobre este hecho clamasen algunos contra César, el pueblo les salió al encuentro decididamente, recibiendo con aplausos aquella demostración, maravillado de que, al cabo de tanto tiempo, restituyera como del otro mundo aquellos honores de Mario á la ciudad. El pronunciar elogios fúnebres de las mujeres ancianas era costumbre patria entre los Romanos; pero no estando en uso el elogiar á las jóvenes, el primero que lo ejecutó fue César en la muerte de su mujer; lo que le concilió cierto favor y el amor de la muchedumbre, reputándole, a causa de aquel acto de piedad, por hombre de benigno y compasivo carácter. Después de haber dado sepultura a su mujer partió de cuestor a España con Vetere, uno de los generales; al que tuvo siempre en honor y respeto, y a cuyo hijo, siendo el general, nombró cuestor a su vez. …”
El papel de los músicos en el cortejo fúnebre era muy importante, ya que encabezaba la marcha de la comitiva, entonando diversas piezas de carácter funerario. En función de la importancia social del difunto, el cortejo se detenía de forma solemne ante el foro, para que un familiar o allegado hiciera pública a los asistentes una oración frente al transporte que portaba al fallecido, y que lo conducía a la necrópolis, situada a las afueras de la ciudad, como era costumbre en época antigua. Llegados al lugar de la sepultura, los familiares se disponían ante la pira funeraria, portando mascaras y esculturas de sus antepasados, para que de algún modo, también estuvieran presentes en tan importante momento.
                                                                                     - Pira funeraria -
Una vez depositados los restos en la pira, y antes del preciso instante de la combustión, uno de los familiares introducía una moneda en la boca del difunto para hacer el pago en el más allá al barquero Caronte. Hecho esto, se prendía la pira al tiempo que se entonaba una oración elogiando al fallecido. Terminada la combustión, los restos del fuego se apagaban con vino, y las cenizas y los huesos eran separados y retirados de la pira con sumo cuidado por los seres queridos, que lavaban los restos óseos, posiblemente con vino o leche, y así una vez limpios, introducirlos en la urna cineraria. Los familiares dejaban transcurrir un día para regresar de nuevo a la necrópolis y celebrar ante el sepulcro, el banquete funerario, lo que se repetía anualmente. Era frecuente, cuando se tratara de familias de alto estatus, que organizaran y sufragaran los gastos de unos juegos en honor a su ser querido fallecido, al que solía asistir todo el pueblo. Los familiares tenían también la obligación de conservar la sepultura de sus antepasados, por lo que eran frecuentes las visitas a las necrópolis, durante las que depositaban toda clase de ofrendas.
                                             - Necropolis de Cadiz; Foto, archivo Jimenez Cisneros -
Entre las clases más desfavorecidas y pobres, el rito funerario era muy diferente, ya que al no disponer de numerario suficiente, carecían de una muerte digna. En innumerables ocasiones acababan siendo depositados sus cadáveres en fosas comunes e incinerados para evitar contaminaciones. De recoger estos cadáveres, que podían aparecer en cualquier parte de la ciudad, se ocupaban los necróforos. La única tabla de salvación para evitar acabar de una manera tan cruel, eran las collegia funeraria. En este sentido jugaban un papel muy importante, ya que tal vez fuera una manera de que quien carecía de recursos suficientes, pudiera contar con un funeral digno asegurándole sus ritos. Lascollegia funeraria, se constituyó como una especie de mutua o asociación de tipo funerario, formadas por grupos homogéneos de miembros, como bien podían ser un determinado colectivo profesional o grupo social, que por lo general residían en una misma zona o lugar. Al fallecer estos socios, se aseguraban un lugar de reposo definitivo, por lo general una plaza en un columbario, así como todos aquellos rituales fúnebres precisos que había que practicar tras su fallecimiento. Pero estos beneficios no se obtenían gratuitamente, sino todo lo contrario, había que pagar en vida una cuota, posiblemente mensual, para así tenerlos asegurados. Gracias a estas collegia funeraria, fue posible que en un determinado momento, los sectores más desfavorecidos de la sociedad romana pudieran tener acceso a un funeral digno.
                                                                  - Columbarios , Cadiz -
En uno y otro caso por medio de los ritos, los oficiantes y asistentes, pretendían conseguir el eterno descanso del difunto, lo que se conseguía al poner en práctica toda esta serie actos estudiados al detalle, y lograr por medio de ellos, unas buenas relaciones con los moradores del más allá. Por medio de las ofrendas, se intentaba conseguir tener satisfechos a los muertos y que no actuaran de forma hostil contra los vivos, a la vez que se intentaba conseguir que se encontraran agusto allá donde se hallaran.
Dentro de tan complejas creencias, los romanos concedían una especie de licencia o permiso a sus difuntos, para que en dos momentos concretos del año pudieran regresar del más allá y deambular por el mundo de los vivos, para lo cual realizaban dos festividades en honor a los difuntos. Estos dos momentos al que nos hemos referido era la Feralia, que venía a coincidir con el mes de febrero y la Lemuria, que se correspondía con el mes de mayo. Así nos lo describe  Ovidio (Fasti, II, 534 y ss) las acciones que tenían lugar el 21 de febrero;
“…Aplacad las almas de los padres y llevad pequeños regalos a las piras extintas. Los manes reclaman cosas pequeñas; agradecen el amor de los hijos en lugar de regalos ricos. La profunda Estige no tiene dioses codiciosos. Basta con una teja adornada con coronas colgantes, unas avenas esparcidas, una pequeña cantidad de sal, y trigo ablandado en vino y violetas sueltas. Pon estas cosas en un tiesto y déjalas en medio del camino. No es que prohíba cosas más importantes, sino que las sombras se dejan aplacar con éstas; añade plegarias y las palabras oportunas en los fuegos que se ponen. Eneas, promotor idóneo de la piedad, trajo estas costumbres a tus tierras, justo Latino. Llevaba regalos rituales al Genio de su padre; de él los pueblos aprendieron los ritos piadosos. Mas hubo una época, mientras libraban largas guerras con las armas batalladoras, en la cual hicieron omisión de los días de los muertos. No quedó esto impune, pues dicen que, desde aquel mal agüero, Roma se calentó con las piras de sus suburbios. Apenas puedo creerlo; dicen que nuestros abuelos salieron de sus tumbas, quejándose en el transcurso de la noche silenciosa. Dicen que una masa vacía de almas desfiguradas recorrió aullando las calles de la ciudad y los campos extensos. Después de ese suceso, se reanudaron los honores olvidados de las tumbas, y hubo coto para los prodigios y los funerales. Mientras tienen lugar estas ceremonias, tened paciencia, jóvenes sin marido; que la tea de pino [referencia al matrimonio] aguarde días puros y que la horquilla ganchuda no arregle tu pelo de doncella que parecerá madura a su madre ansiosa. Guarda tus antorchas, Himeneo, y retíralas de los negros fuegos. Los llorados sepulcros disponen de otras antorchas. Que los dioses también se oculten tías las puertas cerradas de los templos, que los altares pasen sin incienso y las fogatas permanezcan sin fuego. Ahora andan vagando las almas sutiles y los cuerpos enterrados en los sepulcros; ahora se nutren las sombras del alimento servido. Pero esto no dura más que los días que quedan del mes que son los pies que tienen mis versos. A este día lo llamaron Feralia [de fero: “traer”] porque trae las exequias. Es el último día para propiciar a los Manes…”
El ultimo día y como colofón de la feralia se realizaban actos en honor de la diosa Tácita.
La lemuria, tenía lugar durante los días 9, 11 y 13 de mayo, y su objetivo era conjurar a los Lemures, que no era otra cosa que las almas de los muertos, considerados espíritus malignos. Durante estos días del mes de mayo, las almas de los difuntos, cuyos cuerpos no habían recibido sepultura, rondaban las casas, y para evitarlo el Paterfamilias se ocupaba de llevar a cabo una serie de ritos de carácter apotropaico, entre los que se incluía un ritual con habas negras para alejar del hogar a los espíritus errantes. De este modo, el padre de familia, debía ir tirando a su espalda un puñado de habas negras, con las que protegía a los ocupantes de la casa, y conseguía  expulsar de la morada a los espíritus de los antepasados, al tiempo que hacía sonar un objeto de bronce. Con este ritual, donde el paterfamilias, pronunciaba además una serie de oraciones, se pretendía que los muertos a los que no se había dado un enterramiento correcto o celebrado el ritual funerario adecuado,  y que vagaban errantes sin morada, causando toda clase de males y perjuicios a los vivos, aterrándolos con sus apariciones nocturnas, fuesen ahuyentados por medio de este ritual.
Pero esta licencia que se concedía a los difuntos en esos dos meses concretos del año, no estaba exenta de una condición fundamental, que salvo en esos dos momentos precisos del año, el resto de este, debían abstenerse de molestar a los vivos. Por ello, los ritos fúnebres eran algo fundamental en la vida romana y a través de ellos se regulaba los diferentes momentos, desde el preciso instante del fallecimiento o las ceremonias conmemorativas de carácter anual, como el aniversario del fallecido, que tenía como escenario la sepultura del difunto.
Para concluir no me gustaría dejar de destacar un aspecto importante referente al ritual funerario romano y es su reflejo en el campo del arte, ya que el arte, principalmente pictórico y escultórico, se convirtió en una forma de propagar el estatus y poderío social que el difundo había alcanzado en vida, y en una manera de recordar y honrar a los antepasados. El arte funerario alcanzó, por tanto, un gran desarrollo, representándose en los sepulcros al ser querido de una manera amable y armónica. Los temas allí representados son muy variados, abarcando desde escenas de tipo mitológico, hasta episodios sencillos del difunto en su vida cotidiana.
Dentro del arte funerario tuvo una gran importancia por su conexión con la cultura de los muertos el retrato. Esta corriente escultórica, estuvo influenciada por la concepción etrusca, muy realista, la tendencia griega helenística y la costumbre romana de las imágenes maiorum, en las que se representaba a sus antepasados. Para los artistas romanos, el retrato se concebía como si fuera la máscara del rostro del difunto, debiendo mostrar fielmente los rasgos del personaje. Esta concepción afecta en un primer momento a las clases nobles romana, que tenían el derecho a tener retratos de sus difuntos, ius imaginis. En esa búsqueda incesante del realismo escultórico y en ese afán de representar el rostro del difunto lo más realista posible, conduce a la aparición del retrato cabeza que hace todo lo posible por lograr transmitir la fuerza y el carácter del personaje al que representa, a través de las facciones del rostro, ignorando el resto del cuerpo. Existían tres tipos de retratos; el retrato cabeza, el retrato mascarilla, y el retrato de busto. Por tanto los materiales que se empleaban para conseguir plasmar el rostro del antepasado fallecido, eran cera, madera, barro y piedra, convirtiéndose estos materiales en la base de dichos retratos. Por medio de la cera se obtenía del difunto una mascarilla en el momento justo del fallecimiento, costumbre esta introducida por Lisistrato a partir del 300 a. c, pero dada la naturaleza del material se conservan pocos restos. El soporte de madera, se empleaba para obtener una representación simbólica del difunto sobre su propia tumba (siglo I a. c), y era propio de las familias que carecían del derecho al ius imaginis. El soporte de barro, tiene el mismo sentido que la madera, solo que se empleaba entre las clases más desfavorecidas de la sociedad romana. Finalmente existen soportes realizados en piedra (retrato-símbolo).
                                                                                       - Grupo Barberini -
Desde el siglo II a. c , comienza a notarse la influencia griega de la última fase de la etapa helenística, modificando el concepto romano de retrato, lo que se nota en una acentuación de los rasgos característicos del rostro, representando al difunto como si estuviere realizado en vida. Se trataba de realizar una representación sin edad cronológica, plasmada con un fin público y de rasgos aristocráticos. Estas características se recogían en una escultura completa, ya que la moral griega entendía que debía representarse íntegramente al ser humano. Como materiales se emplean el mármol y bronce que se convierten en símbolo del poder político y económico romano. Pero la corriente romana, se centraba en el rostro, obteniéndose mediante la mascarilla un retrato típico, con las características siguientes; rostro consumido, nariz afilada, boca fruncida, piel rugosa, mandíbulas descarnadas, orejas en abanico y pómulos salientes. Lo que se pretendía era describir y representar el mundo interior y la psicología del difunto, evitando reflejar los defectos físicos. Dicho de otra forma intentan captar un instante de la vida del retratado. El sentido de esta escultura era el de conservarse en el ámbito familiar y así tener siempre cerca al difunto amado. La finalidad funeraria de estos retratos llevó a realizar numerosas copias de los parientes fallecidos a medida que los miembros de la familia se iban emancipando del núcleo central de la  familia, por comenzaron a proliferar retratos de una misma persona, con técnicas distintas realizadas en momentos cronológicos distintos y por distintos artistas. Los hallazgos de estos retratos en época republicana son escasos hasta la época de Sila. Desde el 100 a. c el número de retratos conservados aumenta, perteneciendo en su mayoría a personajes anónimos.
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