lunes, 20 de mayo de 2013

CLEOPATRA REINA DE EGIPTO.


CLEOPATRA REINA DE EGIPTO.

Cleopatra fue reina. Muchos de los juicios erróneos y de los falsos análisis de su carácter se deben a no haber tomado en consideración tal circunstancia. Fue, como su sirvienta Carmion recordó a los romanos que irrumpieron en el mausoleo donde yacía muerta, "la descendiente de muchos reyes". Toda su vida la dedicó a su país, Egipto, y a tratar de preservar su soberanía nacional bajo el gobierno de la dinastía tolemaica, a la que perteneció. Fue la séptima reina egipcia de su nombre, pero resulta dudoso que por sus venas corriera una sola gota de sangre egipcia. Era una griega de Macedonia. También fue la primera de su linaje que se molestó en aprender la lengua del país en el que reinaba.
La reputación de que ha solido gozar en los últimos siglos --seductora por excelencia, mujer astuta y sensual-- se debe casi por entero a la adversa propaganda romana. Los vencidos raras veces tienen la oportunidad de escribir su propia versión de la historia, que acostumbran redactar, en cambio, los vencedores. Con Cleopatra sucede lo mismo que con Cartago: los tendenciosos relatos que poseemos se deben a los conquistadores romanos. En aquellos días de mecenazgo imperial resultaba inevitable que los escritores fueran sicofantes, y al exaltar las virtudes de Augusto, era natural que retratasen a la mujer que combatió en dominio romano del Mediterráneo como perversa, traidora y entregada a los excesos sexuales.
En otro contexto, D. H. Lawrence escribe lo siguiente a cerca de la visión que los autores romanos nos dan del pueblo etrusco: "Los etruscos eran viciosos. Lo sabemos porque así lo manifiestan sus enemigos y exterminadores... Nos referimos, por supuesto, a esos romanos virtuosos, de vida intachable y espíritu delicado que aniquilaron nación tras nación y ahogaron el espíritu de libertad de un pueblo tras otro, que fueron gobernados por Mesalina, Heliogábalo y otros por el estilo. Ellos acusaron a los etruscos de viciosos". Cleopatra fue capaz de llegar a la crueldad y al asesinato en defensa de su trono y de su reino, pero sus actos pierden gravedad si se les compara con los de los dirigentes romanos en lucha entre sí por el dominio del mundo.
Tenía dieciocho años cuando ascendió al trono de Egipto, en 51 a.C. Cleopatra Filipator Nea Thea o Cleopatra VII estaba oficialmente casada con el mayor de sus hermanos, Tolomeo XIII, que por entonces era un niño de sólo diez años. Resulta improbable que este matrimonio se consumara, incluso en fecha posterior, cuando Tolomeo alcanzó la pubertad. Sin embargo, no hubiera sido nada insólito que, en efecto, se consumara, pues los Tolomeos adoptaron la antigua costumbre egipcia del incesto dinástico, entre otras aprendidas de los faraones, a los que sucedieron. Es innegable que los Tolomeos tomaron amantes, y que a menudo sus hijos y sucesores no eran fruto de la unión entre hermanos. Lo cierto es que, a fin conservar sus ascendiente sobre el pueblo y sobre el aún poderoso clero, tuvieron que aceptar las tradiciones del antiguo Egipto. Este incesto real se originó en las épocas antiguas de Egipto, cuando la sucesión por línea femenina convertía en monarca a la hija mayor de la heredera del reino. El sistema matrilineal es muy probable que derivase del simple hecho de que la paternidad era materia de deducción, en tanto la maternidad lo era de observación.
Si los faraones y sus sucesores eran, como proclamaban, dioses sobre la tierra, resultaba esencial que sólo se emparejasen entre ellos (o, al menos, que así lo pareciera). El hijo elegido por el padre para sucederle en el trono obtenía el derecho a éste por su matrimonio con la heredera. Naturalmente, debió de haber casos en que no existiese tal heredera, y entonces la regla tuvo que ser desechada. El auténtico problema se planteaba porque acostumbraba haber varios hermanos y hermanas. Los que no conseguían la sucesión a menudo creían superar en fortaleza o inteligencia a los elegidos, y el resultado fueron sangrientas luchas entre hermanos y hermanas, con rebeliones y muertes. La historia dinástica de los Tolomeos se manchó varias veces con tales conflictos entre los vástagos de la casa reinante. A este respecto, la vida de Cleopatra, última soberana de Egipto, no hizo, en definitiva, más que seguir la tradición familiar.
Acerca de su aspecto sabemos poco, excepto los datos que nos suministran monedas y descripciones de escritores antiguos, pues aún no se han descubierto bustos plenamente autentificados, si bien uno o dos se considera representan a Cleopatra VII. Una moneda de Alejandría muestra a Cleopatra en su juventud, luciendo la diadema de la monarquía, y con el cabello recogido en un moño en la nuca. El cuello, fuerte, largo y elegante. El aspecto general de su facciones denota pulcritud y delicadez, y sus ojos son grandes. La famosa nariz no es tan larga como aparece en otras efigies monetales, pero desde luego puede considerarse mas semítica que griega clásica. Su boca es más bien grande y bellamente formada, con labios bien dibujados. Su barbilla resulta prominente, pero no con exceso. La impresión del conjunto que se extrae de esta y otras monedas que la representan en posteriores etapas de su vida es la mujer, si no hermosa, por lo menos de buen ver. Los ojos, la amplitud de la frente, las facciones despejadas, la nariz  y la barbilla sugieren una mujer inteligente y enérgica, lo que, sin duda, se atiene a la realidad. De su rostro emana una gran dignidad; es el rostro de una reina.
Cleopatra, en efecto, heredó la capacidad intelectual de algunos de los primeros Tolomeos, capacidad de la que, lamentablemente, careció la mayoría de sus predecesores inmediatos, incluido su padre Tolomeo XII, motejado por el pueblo Auletes (El Flaustista). En muchos sentidos se podía considerar a éste como una figura débil y patética, a la que tan solo salvaba del completo ridículo su afición por la música. Su hija, por lo demás, era una brillante políglota que, como señalaba Plutarco, "se ponía a hablar con la mayor facilidad en la lengua que quería. No solía precisar de un intérprete, pues se ocupaba en persona de la mayoría de los asuntos, hablando con etíopes, trogloditas, judíos, árabes, sirios, medos y partos. Se dice que conocía el idioma de muchos otros pueblos, en tanto sus reales predecesores ni siquiera se molestaron en aprender el egipcio, y varios de ellos hablaban el dialecto griego macedonio...".
De todo lo anterior puede inferirse que Cleopatra aprendió de sus profesores del Museo el ático de Atenas, considerado el griego más puro (como el castellano de Castilla se considera la mejor y más pura forma de español). También hablaba el latín de manera fluida y expresiva, pues difícilmente hubiera interesado a divertido a un hombre como Julio César sólo con sus encantos físicos o con el poderío económico de su reino.Es cierto que tanto César como Marco Antonio tenían suficientes razones políticas y financieras para desear convertirse en consortes de la reina de Egipto, pero esto solo no es probable que pueda explicar toda la historia. Cesar era un coloso de la estrategia  la política y la literatura (aparte de considerarse uno de los más extraordinarios conquistadores bisexuales de todos los tiempos). Marco Antonio, que sólo poseía una pequeña parte de su capacidad, era, de todas formas, un bravo y sutil soldado con apariencia de toro y la típica imagen de clásico extrovertido  con sus cualidades agresivas, resistente, bebedor y efusivo en demasía. Ambos hombres habían tenido innumerables aventuras sexuales, por lo que resulta difícil atribuir exclusivamente al cuerpo de Cleopatra el hecho de que se vincularan a ella de manera tan profunda.
Era una mujer de gran inteligencia y claro entendimiento, dotada de una considerable capacidad política. Plutarco comentaba que "al conocerla, uno percibía su irresistible encanto. su aspecto, unido a lo convincente de su conversación ya a su encantadora forma de comportarse, componían una mezcla mágica. Su cautivadora manera de hablar subyugaba el corazón. Su voz sonaba como una lira...". El historiador romano Dión Casio también dijo de ella que por "su irresistible forma de hablar parecía que conquistara a su interlocutor". Resulta evidente que se trataba de una de esas mujeres que cuentan con más poderosas armas que sus hermanas que se limitan a ser bellas.
Esta información acerca de su rostro, voz e inteligencia es muy sustanciosa, pero sabemos algo más de su aspecto físico. Dión Casio (que vivió mucho tiempo después que ella, pero que se mostraba tan cuidadoso y escrupuloso en la utilización de las fuentes) afirma que era maravilloso oírla y verla, y que podía inspirar amor en los corazones de jóvenes y viejos. Plutarco, que asegura que Octavia, esposa de Antonio, la aventajaba en belleza, añade que la reina egipcia irradiaba una fascinación difícil de encontrar en el mundo. Los autores no nos informan de si era rubia o trigueña, pelirroja o morena. (Entre macedonios se daban tipos de piel blanca, cabellos rubios y ojos azules.) En todo caso, las monedas y los bustos nos sugieren un tipo mediterráneo oriental, y sería razonable deducir que Cleopatra era morena y tenía la tez de color oliváceo claro.Es más probable que esta pigmentación fuera una característica heredada más que el resultado de la exposición al sol, del que se esforzaban por resguardarse las damas aristocráticas de aquella parte del mundo (los campesinos se estaban bronceados). Los cosméticos se inventaron, de hecho, en el antiguo Egipto, y Cleopatra debió de tener un conocimiento acerca de su uso que superaba al de cualquier mujer romana contemporánea. Asimismo, los alejandrinos eran famosos por su habilidad en la elaboración de perfumes e incienso, como resultado de su comercio con Oriente. A todas estas  ayudas a la belleza, artificiales pero estimulantes, debió recurrir la reina de Egipto. Después de su muerte circuló ampliamente por las ciudades mediterráneas un tratado titulado Cosmética, atribuido a la propia Cleopatra. Aunque es improbable que interviniera en su redacción (el autor utilizó el nombre de la famosa soberana para aumentar el interés por la obra), no cabe duda de que hubiera sido capaz de escribir un libro sobre la materia. 
Las imágenes que tenemos de ella sugieren unas facciones delicadas, y es probable que tuviera una figura grácil y bien proporcionada. La famosa ocasión en que se envolvió en unas cobijas o en una alfombra, y fue transportada así, a espaldas de su sirviente, hasta el palacio de César, permite suponer que era pequeña y delgada.El episodio, con lo que supone de audacia y sentido del humor, confirma lo que ya sabemos por otras fuentes: que Cleopatra unía a su dignidad real y a su inteligencia un gran fondo de arrojo e impulsividad.No se comportaba en toda ocasión y con todos los hombres como una cortesana, pero su carácter era inmensamente variable. Aparte de convertirse en su amante, resulta indudable que a César le mostró los aspectos de su carácter que más podían atraerle: sus habilidades políticas e intelectuales y su maestría del lenguaje. Para Marco Antonio, por otra parte, que se consideraba el Nuevo Dionisios, ella fue Afrodita, la reina del amor; una Afrodita capaz de organizar espectáculos y banquetes más elaborados que los romanos, muy sencillos, y que se le unía alegremente en las bromas y escapadas por las calles de Alejandría.
Luchó como una tigresa por el hijo que tuvo con César (Cesarión) y por los que dio a Marco Antonio (Cleopatra Selene, Alejandro Helios y Ptolomeo Filadelfo). Gran parte de su vida puede considerarse un combate para tratar de asegurar a sus hijos la herencia del Imperio y del trono.Nada debía interponerse en su camino que amenazara sus intereses. Por lo que sabemos, sólo hubo dos hombres en su vida: César y Marco Antonio. Dada su edad y la época en que encontró al primero (unidas a la  notoria reputación de amador que envolvía a César), es más probable que fuera él quien la sedujera a ella que viceversa. Josefo, que, en cualquier caso, escribía más de cien años después, la pintó como "una esclava de la lujuria", con lo que no hacia sino reflejar la propensión corriente en contra de las mujeres consideradas como una amenaza contra Roma. (Josefo fue amigo de Nerón y de Popea, esposa de éste, de quienes no puede decirse que fueran "romanos de vida limpia y alma mansa".) Desde luego que era experta en las artes amatorias, con las que cautivó tanto al cínico César como a Marco Antonio, de sensualidad elemental. El sexo fue para ella, con seguridad, un arma importante, con la que intentó convertirse en esposa de César y dueña del mundo, y con la que consiguió casarse con Marco Antonio y llegar a ser reina del Imperio de Oriente. Y ello en mayor medida que casi todas las mujeres que, a lo largo de la historia, nos consta utilizaron su sexo con fines políticos. Es difícil que proceda como Cleopatra alguien que no es sino "una esclava de su lujuria". Su conducta resulta más propia de una mujer cuyo cerebro domina sus instintos.
Como su propia vida nos demostrará, era muy valerosa, hasta el punto de morir como convenía a una reina cuando todo estaba ya perdido. Aparte su talento para los idiomas, parece que sintió un considerable interés por las artes y las ciencias. Cuando Marco Antonio era dueño de Oriente, le indujo a trasladar a Alejandría la famosa biblioteca de Pérgamo, que se dice contenía alrededor de un cuarto de millón de volúmenes. Entre otros muchos sabios del Museo de Alejandría, conocidos o amigos de la reina, se contaba el famoso astrónomo Sosígenes. Es casi seguro que fue Cleopatra quien lo presentó a César. A él se debió la reforma del calendario romano, sumido en una confusión sin salida posible. (El nuevo calendario, llamado juliano, estuvo en vigor hasta el siglo XVI, en que fue reformado, a su vez, por el papa Gregorio.)
La última reina macedonia de Egipto, el último de los faraones tolemaicos, no era una mujer vulgar. El mundo occidental en que vivimos está basado, en amplia medida, en el resultado de la fragmentación del Imperio romano, y muchas de nuestras debilidades y grandezas provienen de conceptos asimismo romanos. Aquella reina macedonia de Egipto fue la última persona que desafió seriamente la creación de un "Mediterráneo latino". No se enfrentó a los romanos como egipcia, sino como una civilizada griega que los consideraba unos semibárbaros. De haber triunfado, se hubiera fundado una monarquía grecorromana, la influencia del helenismo sobre el mundo romano se habría extendido, y Alejandría --no Roma-- podía haberse convertido en capital de aquel Imperio

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