lunes, 27 de enero de 2014

Visión general de la Iglesia dominicana durante la época colonial (1511-1795)*



Visión general de la Iglesia dominicana durante la época colonial (1511-1795)*
* Conferencia leída en el Archivo General de la Nación el día 29 de marzo de 2007.
José L. Sáez, S. J.**
El autor es sacerdote, profesor de la Escuela de Comunicación de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, investigador acucioso, miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia y director del Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Santo Domingo.
Fuente. Boletín del Archivo General de la Nación Año LXIX, Vol. XXXII, Núm. 117. Años 2007.
El protagonismo social de la Iglesia durante la época colonial es un hecho que es muy difícil negar y una tarea inútil marginar por completo de la historia dominicana. Y no sólo viven, aun a su modo, la sociedad y la misma Iglesia de ese protagonismo sino que de las joyas que exhibimos a los viajeros y turistas, quizás más de la mitad son monumentos eclesiásticos o que estuvieron vinculados a la Iglesia.
Para comprender mejor la trayectoria histórica de la Iglesia dominicana es preciso trazar un marco de referencia que unifique y defina cada una de sus etapas. Ese protagonismo, desde sus primeros pasos en el siglo XVI, nos obliga a vincular su historia a la del crecimiento de la nacionalidad y al desarrollo de la autonomía política.
Sin embargo, mi exposición abarcará desde la creación de las primeras diócesis –el comienzo propiamente dicho de la vida eclesial–, hasta el primer cambio de régimen o primer experimento republicano, con la incorporación a Francia, fruto del Tratado de Basilea.
1. Primera etapa colonial española (siglos XV - XVIII)
Aunque la labor evangelizadora, en pequeña escala, se había iniciado ya con la llegada de los primeros religiosos, dos franciscanos belgas y un lego jerónimo catalán, la historia de la Iglesia de Santo Domingo se inicia oficialmente con la erección de las tres primeras diócesis dominicanas: la Metropolitana de Yaguate y las sufragáneas de Baynoa y Maguá, mediante la bula Illius fulciti praesidio (15 de noviembre de 1504), aunque eso sólo fue un acto jurídico efímero del papa Julio II, y que por presión de la corona española, amparada en su derecho de patronazgo o Real Patronato, cuando el mismo papa, mediante la bula Romanus Pontifex (8 de agosto de 1511), erige las tres primeras diócesis de las Antillas: Santo Domingo y  La Concepción de La Vega, en la isla Española, y San Juan en la isla de Puerto Rico, siendo las tres sufragáneas de la Metropolitana de Sevilla. (1Para las tres primeras diócesis efímeras (Metropolitana de Yaguate y sufragáneas de Baynoa y Maguá), el Papa designó a Pedro Suárez Deza, Fr. García de Padilla, O.F.M. y don Alonso Manso, respectivamente. Al frente de las nuevas (1511) estarían Fr. García de Padilla, en Santo Domingo; Pedro Suárez, en La Concepción y Alonso Manso, en San Juan. Cfr. Josef Metzler (ed.), América Pontificia I, Vaticano, 1991, pp. 91-100, 112-117.)
De este modo, se abre la primera etapa de la historia de la Iglesia dominicana (1511-1795), al amparo exclusivo de la corona española, y enmarcada en el establecimiento y crecimiento de los primeros asentamientos urbanos europeos, incluso con sus escudos, y la explotación de los recursos económicos que requería la expansión española. (2Las primeras quince villas de la isla, fundadas entre 1494 y 1506, recibieron sus armas y escudos el 6 de diciembre de 1508. Cfr. Colección de documentos inéditos para la historia de Iberoamérica, IV (Madrid, 1929), 295: reps. E. Rodríguez Demorizi, “Blasones de la isla Española”, BAGN 1:1 (1938), 38 40; Roberto Marte (ed.). Santo Domingo en los manuscritos de Juan Bautista Muñoz (Santo Domingo, 1981), pp. 479-496.)
 La labor de evangelización cubrirá casi toda esta primera etapa en que predomina la presencia de religiosos, aun en el episcopado. La muestra está en que de los veinte obispos residentes durante los dos primeros siglos, 13 eran religiosos (3 franciscanos, 4 dominicos, 2 agustinos, un mercedario, un benedictino, un jerónimo y un Bernardo), y los siete restantes eran sacerdotes diocesanos.
Aunque esas dos diócesis dominicanas, dotadas de obispos desde su erección, tendrían una existencia inestable y a los quince años (1526) se fusionarían en una, la relativa vitalidad de la Iglesia dominicana se fundamentó, ante todo, en la expansión de las parroquias. Durante el primer siglo de existencia jurídica de esa Iglesia (1511-1611), se erigieron veintidós parroquias, dieciséis en el actual territorio dominicano y seis en la parte occidental, mientras en el segundo siglo (1612- 1712), y sólo en la parte española, se crearían tres más, a las que se añadirían otras seis durante el resto del siglo XVIII.( 3 Las primeras parroquias del occidente de la isla fueron: Hincha (Hinche), Lares de Guahaba, Gros Mome; Puerto Real, Fort Liberté; Salvatierra de la Sabana, Les Cayes; Santa María de la Vera Paz, Port au Prince; Villa Nueva del Yáquimo, Jacmel. Cfr. Antonio Camilo G., El marco histórico de la pastoral dominicana (Santo Domingo, 1983), p. 48.
2. Los primeros religiosos y la acción pastoral formal  (siglo XVI)
Con la llegada de una comunidad franciscana más numerosa y estable a partir de 1500, y más aún con la creación en 1505 de la provincia franciscana de Santa Cruz de las Indias, ya se puede hablar de evangelización en firme e incluso de la existencia de un puesto misional para preparar a los religiosos que se enviarían pronto a México, Cuba, Panamá y Venezuela.(4 Consta que, desde 1502 a 1515, salieron de la isla más de catorce franciscanos con dirección a una de esas misiones. Cfr. Fr. Cipriano de Utrera, “Franciscanos de la provincia de Santa Cruz”, Para la historia de América, Santo Domingo, 1958, pp. 83-90.)  En los primeros diez años de apostolado, unos veinte franciscanos se dividirían entre los conventos de La Vera Paz de Jaragua, Santiago, La Vega, La Buenaventura y Santo Domingo. El 3 de mayo de 1509, Fernando el Católico, había encomendado al virrey Diego Colón que se ocupara de la educación cristiana de los indígenas. Le encargaba que destinase en cada población a una persona eclesiástica que tuviera especial cuidado “de enseñarles las cosas de la fe; y añadía que el clérigo encargado dispusiera de una casa junto a la iglesia donde se juntasen para el mismo fin todos los niños de la población. (5Instrucción de Fernando el Católico a Diego Colón (Valladolid, 3 mayo 1509)”, AGI. Indiferente, leg. 418, lib. 2, f. 19; Konetzke, Colección de documentos I, 1953, pp. 18-20.)
En septiembre de 1510, un año antes de erigirse las dos primeras diócesis de la isla, había llegado la primera remesa de dominicos. Se trataba de los sacerdotes Fr. Pedro de Córdoba, Fr. Bernardo de Santo Domingo y Fr. Antonio Montesinos y el lego Fr. Domingo de Villamayor. Su trabajo de predicación y catequesis, como había sucedido antes a sus colegas de otra congregación, se llevó a cabo a base de intérpretes, es decir, los que en Sudamérica se llamaron “lenguas” o “lenguaraces”. Al menos, no consta que los mismos religiosos aprendiesen algunas de las lenguas que se hablaban en la isla, ni se conoce el caso de misioneros lingüistas, como sería frecuente en Sudamérica un siglo más tarde, a excepción quizás del lego catalán Ramón Pené. (6 El mismo Fr. Pedro de Córdoba (1482-1521), autor del primer catecismo escrito en la isla y publicado en México en 1544, lo redactó en castellano. Es posible, sin embargo, que el texto fuera para uso exclusivo de los catequistas. Sobre esta importante figura, véase: Fr. Pedro de Córdoba. Doctrina Cristiana para instrucción e Información de los Indios por manera de historia , ed. fase,                   C. Trujillo: USD, 1945; Rubén Boria, O.P., Fray Pedro de Córdoba, O.P ., Tucumán, 1982; J. L. Sáez, S.J., “Fray Pedro de Córdoba, O.P., padre de los dominicos del Nuevo Mundo”, en Cinco siglos de iglesia dominicana, Santo Domingo, 1987, pp. 25-46.
Sin embargo, aquel primer grupo de dominicos tenía otro plan pastoral que se centraría enseguida en la denuncia de los abusos cometidos por los hacendados y el mismo gobierno colonial. El lanzamiento de su campaña en pro de los derechos humanos ocurrió el último domingo de Adviento, probablemente el 21 de diciembre de 1511. El sermón predicado por Fr. Antonio Montesinos, O.P., según nos refiere Bartolomé de Las Casas, a pesar del ropaje retórico, se centra en un razonamiento frío, que refleja un sabio manejo de la ley. ( 7 Cfr. Bartolomé de Las Casas, Historia de las Indias II, Santo Domingo, 1987, pp. 41-44. Acerca del significado de los sermones de Montesinos, véase: Fr. Rubén Boria, O.P., Fray Pedro de Córdoba, O.P. 1481-1521, Tucumán, 1982, pp. 75- 82; Fr. Juan Manuel Pérez, O.P., Estos, ¿no son hombres?, Santo Domingo, 1984.) Como resultado positivo de ese primer choque de poderes, se logró el relevo de Diego Colón del gobierno de la colonia, y surgieron las treinta y cinco leyes de Burgos u ordenanzas para el tratamiento de los indios (Valladolid, 23 de enero de 1513), cuando en algunos lugares la raza se iba extinguiendo, por una u otra razón, y pronto sería sustituida por mano de obra esclava, importada de las costas del África sudoccidental. ( 8 Cfr. AGI. Indiferente, leg. 419. lib. 4, f. 83; repr. Konetzke, Colección de documentos I, 1953, pp. 38-57.)
El episodio que tiene como centro esos dos sermones de Montesinos, se ha convertido en simbólico y sintomático de las relaciones que van a prevalecer entre el poder temporal y el espiritual en la colonia, aun sabiendo ambos que el Patronato Regio era el personaje omnipresente, del que uno y otro se sirven para defenderse o simplemente para hacer valer la extensión de sus derechos. (9 Sobre la compleja estructura del Patronato Regio, tanto en Indias como en la misma Europa, véase Enrique D. Dussel, El Episcopado hispanoamericano II (Cuernavaca, 1969), pp. 117-200. Ni qué decir tiene que los dominicos confrontarían serias dificultades económicas durante el siglo XVI, precisamente por su abierta defensa de los derechos del indígena. Así lo expresó la respuesta de Fr. Alonso Burgalés a una R.C. de Carlos I (Santo Domingo, 3 de abril de 1544), repr. Fr. Cipriano de Utrera, Universidades de Santiago de la Paz y de Santo Tomás de Aquino, Santo Domingo, 1932, pp. 164- 167.)
3. La construcción de templos en Santo Domingo a partir del siglo XVI
Estamos tan acostumbrados a ver la antigua ciudad de Santo Domingo llena de templos y se nos antoja creer que eso siempre fue así. Por lo menos, aun el simple turista se pregunta por qué tantas iglesias, una casi al lado de la otra, y en muchos casos, pequeñas. Otro preguntará por qué todas las fachadas miran al Oeste o qué sucedió para que todas estén de espaldas al mar o al río. Para comenzar, todas las iglesias no aparecieron al mismo tiempo, sólo por el hecho de que a partir del 5 de agosto de 1502 se decidió instalar definitivamente la ciudad de este lado del río.
 La primera iglesia en construirse, y de ningún modo como la conocemos hoy, fue la del convento de los Dominicos, iniciada en 1514. Seguiría la Catedral comenzada por el obispo Geraldini en 1521; Santa Clara, alrededor de 1536; San Francisco en 1544; Las Mercedes, terminada en 1555 y Santa Bárbara, terminada en 1576. Naturalmente, no todas estas iglesias se hicieron para e culto público. Algunas eran únicamente capillas de un convento, como sucedía con el templo de los dominicos, el de San Francisco, Las Mercedes y Santa Clara, capilla de las monjas clarisas o franciscanas. Y sucedería en el siglo XVIII con Regina Angelorum, templo del convento de las dominicas o rama femenina de los dominicos. En el caso del templo de Santo Domingo y, dos siglos después, el de San Francisco Javier de los Jesuitas, hacían también las veces de aula magna de sus respectivas universidades.
En cuanto a la orientación de casi todos los templos se siguió la antigua “norma” medieval de hacerlos en forma de cruz y en que la cabecera del templo o ábside, donde está situado el altar mayor, y por tanto la posición que adoptan los fieles deben dirigirse hacia el Este. Recuérdese que la Basílica romana era la imagen de la Jerusalén celeste. Por si no bastase, dos de los salmos de David confirmaban el hecho: “Dios asciende al cielo por el Oriente” (Sal. 67, 34) y “en presencia de tus ángeles canto en tu honor, y me postro hacia su templo santo” (Sal. 138, 1-2.).
La antigua postura de oración, sin duda asimilada del judaísmo y el islam, era mirando al este, y así lo ratificó en un dicho san Agustín de Hipona: “Cuando estamos de pie para orar, nos volvemos hacia el oriente, que es de donde sube el Sol”. De ahí, no sólo se deriva la postura del celebrante o líder de la oración común, es decir, de espaldas a la comunidad y mirando como todos al este. Y según este patrón de construcción y orientación de las iglesias, las únicas de la Ciudad Colonial que no miran al este son San Miguel y el templo de los jesuitas, que miran al oeste, y el antiguo templo de San Andrés y el convento de Regina Angelorum, los dos únicos que miran al mar.
La existencia de las iglesias citadas nos plantea cierta duda y nos obliga a hacer algunos cambios en cuanto a la historia de ese momento de la defensa de los derechos humanos, es decir, el sermón de Adviento de Fr. Antonio Montesinos. Si el templo actual y el convento de los frailes dominicos no se comenzaron hasta 1514, ciertamente no ocurrió ahí. Lo más que podemos suponer es que pudo ser en una capilla de yagua que tendrían para el culto los recién llegados cuatro dominicos.
Por otro lado, Fr. Bartolomé de Las Casas –que nos transmitió el hecho, un tanto ampuloso, como andaluz al fin– dice al principio de su narración que la cita de la gente importante de la ciudad aquel domingo era “en la iglesia mayor”. Ese término haría pensar que se trata de la Catedral, pero recordemos que la sede de Santo Domingo, erigida el 8 de agosto de 1511, no contaba aún con obispo y que el solar de la futura catedral no se bendijo hasta el 26 de marzo de 1514, y el encargado de esa bendición fue el obispo de La Vega, el primero en llegar a la isla, y que el primer obispo residencial, Alessandro



 Geraldini, no llegó hasta 1517.

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