domingo, 25 de enero de 2015

BATISTA Y TRUJILLO : 1959 LA HISTORIA DE DOS DICTADORES.

Imágenes de Nuestra Historia , R.D
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· BATISTA Y TRUJILLO : 1959 LA HISTORIA DE DOS DICTADORES. UNA HISTORIA: ENTRE DICTADORES
 

 Las últimas armas que recibió Fulgencio Batista para apuntalar su ya tambaleante dictadura le vinieron de la República Dominicana: fueron aquellas carabinas San Cristóbal que, en el fragor de la lucha, a veces funcionaban y otras no. El pago de las mismas estan pendientes. Es el 31 de diciembre de 1958 y En el cuartel Militar de Columbia , Cuba , espera por Batista una delegación dominicana. La manda Trujillo para que coordine el envío de tropas que apuntalarían a un ejército incapaz ya de ganar siquiera una escaramuza contra los rebeldes. El grupo lo integran el coronel Johnny Abbes García, jefe de la tenebrosa Inteligencia trujillista y altos oficiales del Ejército y la Marina. Acompañan a la comitiva un yugoslavo y un chino que vienen a resolver el problema de las carabinas San Cristóbal que a veces disparaban y otras no. Batista se negó a recibirlos y los dejó embarcados en Cuba. LLEGADA DE BATISTA A REPUBLICA DOMINICANA Batista llegó a Santo Domingo en la mañana del 1ro de enero. En la base militar donde aterrizó su avión lo esperaba, para darle la bienvenida oficial, Ranfis Trujillo, hijo predilecto del Generalísimo (aunque las malas lenguas decían que era hijo de un cubano) a quien su padre otorgó los grados de coronel cuando tenía tres de edad y lo promovió a general a los nueve. Lo declararon huésped de honor de la República Dominicana y lo alojaron en un palacete, cercano al Palacio Nacional, que se destinaba a visitantes ilustres. Pensó que el Benefactor lo recibiría de inmediato, pero debió esperar más de 48 horas para que le concediera la audiencia. Ese mismo día, 3 de enero, se le acabó la jactancia cuando Trujillo le comunicó que pondría a su disposición 25 mil hombres y los barcos y aviones necesarios para que encabezara una expedición a Cuba. Batista se negó, pero se brindó para promover y costear un atentado contra el jefe de la Revolución Cubana. Meses después Trujillo lo llamaba nuevamente a Palacio. En la entrevista anterior había apelado a su valor y hombría. Ahora apelaba a su bolsillo. Batista tenía una cuenta pendiente con el Estado dominicano: no había pagado el último envío de armas y le exigía el saldo de la deuda, ascendente a 90 mil dólares. Batista respondió que no se trataba de un asunto personal, sino que aquellas armas eran una deuda del Estado cubano. Trujillo lo miró con sorna. -Usted no pretenderá que yo le cobre a Castro unas armas que se usaron contra él –dijo. Añadió: Piénselo, general Batista. Yo tengo que cobrar. Son armas del Ejército dominicano y ese dinero es de la República. Se las envié para ayudarlo… -Yo no poseo ese dinero. Apenas tengo para vivir. Soy un hombre pobre…-balbuceó Batista. El Generalísimo, por supuesto, no se lo creyó y al día siguiente le envió a su suite del hotel Jaragua, donde se había instalado después de la primera entrevista, al jefe de sus ayudantes, un coronel del Ejército que, con respeto y siempre en atención, le trasmitió saludos del Benefactor y le recordó la deuda. Batista volvió a esgrimir los mismos argumentos y los reiteró en cada una de las visitas del militar, visitas que llegaron a hacerse diarias hasta que ocurrió lo inesperado. Otro coronel se presentó en el hotel Jaragua junto con dos soldados y conminó a Batista a seguirlo. Trujillo quería verlo inmediatamente. Batista accedió. El tono de la voz y la rudeza de los gestos del coronel y la mirada torva de los dos soldados dejaron sin alternativa al ex dictador. Al salir, pidió al almirante Rodríguez Calderón que lo acompañara. El ex jefe de la Marina de Guerra cubana pasaba casi todo el tiempo junto a Batista desde que su esposa Marta viajara a Nueva York. Batista y Calderón fueron “paseados” por Ciudad Trujillo y oscurecía ya cuando el carro en que viajaban salió de la capital. En definitiva, irían a dar a la cárcel de La 40. Allí, en celdas separadas, pasaron la noche y parte del día siguiente y, diría Batista en una carta que meses después y ya desde Funchal remitió a Rivero Agüero y que firmó con el seudónimo de Mateo, “me obligaron a barrer mi habitación”. A La 40 fue a rescatarlo el jefe de los ayudantes de Trujillo, el que siempre le hablaba con respeto y en posición de firme. Le pidió disculpas. Le dijo que se trataba de una extralimitación por no haber concurrido Batista a registrarse como extranjero y que el Generalísimo estaba apenadísimo. Pero aquel paseíto y la breve estancia en la cárcel lo ablandaron para siempre y ya en el hotel, bañado y vestido de limpio, abonó el importe de la deuda. El ex hombre fuerte de Cuba, el otrora hijo predilecto de Washington, el dictador a quién, en la Conferencia Panamericana de 1956, el presidente Eisenhower llamó “mi amigo”, había sido puesto en ridículo para siempre. Días después Trujillo lo convocaba de nuevo. Quería un millón de dólares para sufragar las actividades anticubanas. Batista le extendió el cheque sin decir media palabra. Su futuro en la República Dominicana era incierto. A finales de junio del 59, el influyente periodista norteamericano Drew Pearson, muy ligado al Departamento de Estado, escribía en su columna: “(…) Lo que le sucederá a manos de los ex oficiales de su Ejército o de Trujillo, queda por ver”. El 17 de julio un despacho cablegráfico de la AP informaba que el ex dictador había sido detenido en el aeropuerto cuando intentaba salir de Ciudad Trujillo a bordo de un avión privado. El mismo día, otra noticia, fechada en Washington, decía que Batista acudió al consulado norteamericano de Santo Domingo a fin de pedir la entrada en Estados Unidos. La información no precisaba si le concederían el permiso. El gobierno norteamericano parecía haberlo abandonado a su suerte. La esposa del ex dictador no lograba hacerse recibir por la señora de Eisenhower y apelaba a ella a través de una carta pública. Mientras tanto, Gonzalo Güell, ex ministro de Estado cubano, recorría las cancillerías europeas tratado de que algún país concediera asilo al dictador. Su abogado neoyorquino ponía el grito en el cielo: la vida del ex general corría peligro en la República Dominicana. Al fin, el Departamento de Estado decidió actuar y pidió a la cancillería brasileña que gestionase el asilo en Portugal. Antes de abandonar la República Dominicana, Batista debió entregar otros dos millones de dólares a Trujillo por el permiso de salida. Corría el mes de octubre de 1959 y una foto lo captó a su llegada al aeropuerto madrileño de Barajas. Había perdido el pelo en la República Dominicana. Debe decirse que lo que costaron a Batista los meses que pasó en el Santo Domingo del Benefactor, es un asunto no esclarecido del todo y del que se ofrecen cifras diferentes. Dos hombres muy cercanos al ex mandatario, Orlando Piedra y Roberto Fernández Miranda, aseguran que lo entregado no pasó del millón de dólares de los tres que exigió Trujillo, cantidad que evidentemente no incluye el pago de las carabinas San Cristóbal. Pero en la ya aludida carta a Rivero Agüero y que firmó como Mateo, Batista se queja de su estancia en la República Dominicana, donde Trujillo “me robó cuatro millones de dólares y tuve que barrer mi habitación”. MISTERIO CHINO Rodemos hacia atrás ahora la máquina del tiempo y repitiendo el comienzo de estas notas: Es el 31 de diciembre de 1958 y en Columbia espera por Batista una delegación dominicana. La manda Trujillo para que coordine el envío de tropas que apuntalarían a un ejército incapaz ya de ganar siquiera una escaramuza contra los rebeldes. El grupo lo integran el coronel Johnny Abbes García, jefe de la tenebrosa Inteligencia trujillista y altos oficiales del Ejército y la Marina. Acompañan a la comitiva un yugoslavo y un chino que vienen a resolver el problema de las carabinas San Cristóbal que a veces disparaban y otras no. Batista se negó a recibirlos y los dejó embarcados en Cuba. Uno de los hombres que huyo con Batista el primero de Enero de 1959 fue Orlando Piedra. este escribe en sus memorias que hombres a su mando trataron de encontrar a los agentes dominicanos enviados por Trujillo, según Piedra, los buscaron por toda La Habana para sacarlos de la Isla, y no les fue posible dar con ellos, pero que Abbes García no perdonó lo sucedido y de ahí el trato que dispensó a los batistianos que arribaron a Santo Domingo. A uno de ellos, el capitán Juan Castellanos del Buró de Investigaciones, lo mantuvo secuestrado durante un par de días y lo sometió a torturas con choques eléctricos luego de haberlo mantenido sumergido en tanques de agua pestilente. Cómo salieron de Cuba aquellos trujillistas es algo no aclarado del todo. Se dice solo el chino no pudo hacerlo y que, apresado, pasó su temporada en una cárcel cubana donde mató el tiempo enseñando su idioma a otros reclusos. Hay otra versión. A las siete de la mañana del 1ro de enero, Porfirio Rubirosa, play boy devenido embajador del Generalísimo en La Habana, tocó a la puerta de un distinguido abogado, vecino suyo en el reparto Biltmore. Pidió que le consiguiera una avioneta para sacar de Cuba, con destino a Miami, al coronel Abbes García, al yugoslavo y al chino. Abbes y el yugoslavo podían entrar en Estados Unidos; no así el otro. Era, sin embargo, un obstáculo superable y lo consiguieron cuando desde la avioneta en vuelo arrojaron al chino al Estrecho de la Florida. A Rafael Leónidas Trujillo, el sátrapa dominicano, Batista sí tuvo que pagarle la suya. Ese fue uno de sus mayores contratiempos de Batista en la República Dominicana. Fuente : tomado de The cuban history . Com CiroBianchiRoss/Excerpts/InternetPhotos/TheCubanHistory.com Batista y Trujillo: History (1959)/ The Cuban History/ Arnoldo Varona, Editor Imágenes de Nuestra Historia. Foto de Imágenes de Nuestra Historia , R.D. Foto de Imágenes de Nuestra Historia , R.D. Ubaldo Solís Ureña Me gusta · · Compartir

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